jueves, 17 de mayo de 2007

Nota del autor

Este modesto y sencillo escrito no pretende ser un análisis profundo de la problemática de la marginación y la lucha no violenta. Para eso habrá que consultar a los especialistas.
Con este escrito se pretende plantear algunos conceptos, en el lenguaje más simple posible, para entendernos con su destinatario principal: las personas marginadas por esta sociedad y todos aquellos que se solidarizan con la lucha por los Derechos Humanos.
Debo aclarar también que en mi condición de Humanista considero que la violencia es repudiable en cualquier circunstancia y que la lucha no –violenta no necesita justificarse por la inutilidad de la lucha violenta; no obstante, si en algunos pasajes de este trabajo enfatizo en la inconveniencia del uso de la violencia es porque entiendo que muchas personas de buen corazón pueden caer en la trampa del sistema de llevar la lucha al terreno violento.
Hay mucho por discutir y mucho por transitar sobre cómo desarrollar la lucha para rebelarse contra los condicionamientos de una sociedad que margina cada vez a más gente.
Espero que este sencillo trabajo aporte su grano de arena.
Los conceptos vertidos aquí, excepto las cifras, forman parte de mi opinión personal y no deben interpretarse como la postura conjunta de una organización; no obstante creo que corresponde dejar claro ante el ocasional lector mi plena identificación con la filosofía y proyecto del Movimiento Humanista, en el cual participo activamente desde hace muchos años, y de cuya amplia bibliografía he extraído los siguientes conceptos que a continuación transcribo:

“Los Derechos Humanos no tienen la vigencia universal que sería deseable porque no dependen del poder universal del ser humano sino del poder de una parte sobre el todo y si los más elementales reclamos sobre el gobierno del propio cuerpo son pisoteados en todas las latitudes, sólo podemos hablar de aspiraciones que tendrán que convertirse en derechos. Los Derechos Humanos no pertenecen al pasado, están allí en el futuro succionando la intencionalidad, alimentando una lucha que se reaviva en cada nueva violación al destino del hombre. Por esto todo reclamo que se haga a favor de ellos tiene sentido porque muestra a los poderes actuales que no son omnipotentes y que no tienen controlado el futuro”. (Silo, “Humanizar la Tierra”, “El Paisaje Humano”).

“Hasta tanto el ser humano no realice plenamente una sociedad humana, es decir una sociedad en la que el poder esté en el todo social y no en una parte de él (sometiendo y objetivando al conjunto), la violencia será el signo bajo el cual se realice toda actividad social. Por ello, al hablar de violencia hay que mencionar al mundo instituido, y si a ese mundo se opone una lucha no violenta debe destacarse en primer lugar que una lucha no-violenta es tal porque no tolera la violencia. De manera que no es el caso de justificar un determinado tipo de lucha sino de definir las condiciones de violencia que impone ese sistema inhumano”. (Silo, “Humanizar la Tierra”, “El paisaje Humano”).

“Los humanistas no son violentos, pero por sobre todo no son cobardes ni temen enfrentar a la violencia porque su acción tiene sentido. Los humanistas conectan su vida personal, con la vida social. No plantean falsas antinomias y en ello radica su coherencia”. (Silo, “Cartas a mis Amigos”)

“El Nuevo Humanismo se esfuerza en minimizar la violencia hasta el límite extremo, superarla completamente en perspectiva y encaminar todos los métodos y formas de resolver oposiciones y conflictos sobre los rieles de la no-violencia creadora”. (Silo, “Diccionario del Nuevo Humanismo”)

Introduccion

La sociedad actual pareciera encontrarse en un callejón sin salida, mientras se van sucediendo los diferentes gobiernos democráticos elegidos por la gente, va aumentando la disconformidad de esa misma gente por sus gobiernos. La paradoja de una democracia formal, donde parece que elegimos entre opciones diversas pero donde finalmente siempre gobierna el mismo poder, nos llena de impotencia. Mientras tanto, millones de seres humanos son arrojados fuera del sistema, cayendo en el desempleo y la marginación social, sin que aparentemente se pueda hacer nada para cambiar el rumbo de las cosas.
Y mientras crece la impotencia en cada uno de esos seres humanos arrojados a su suerte, la respuesta del Estado es siempre la misma: No se puede solucionar el problema, la globalización es más fuerte, pero ya pasará. Parece ser que la impotencia tiñe a la sociedad toda. A veces la impotencia explota catárticamente en conflictos sociales aislados y desarticulados que no logran cambiar el rumbo de los acontecimientos. Mientras tanto el poder económico se sigue concentrando y los pueblos se siguen empobreciendo; la banca sigue succionando con tasas usureras y las multinacionales siguen devorando todo a su paso.
Y en una sociedad que nos enseñó que nuestros derechos terminan donde comienzan los derechos de los demás, empezamos a ver crecer y crecer los derechos de los que más tienen, mientras que los nuestros se van reduciendo drásticamente, al punto tal que ni siquiera se nos respetan los mínimos derechos humanos, como son el derecho al trabajo, a la vivienda, a la salud y a la educación. Y sin embargo, todo parece funcionar dentro de la legalidad y con las instituciones democráticas vigentes.Nos dan una palmada en el hombro y nos dicen que nuestros reclamos son genuinos, que hay que esperar y que ya los van a resolver; mientras vemos como se llenan los bolsillos los funcionarios y acumulan poder los bancos y las multinacionales.
Pero todo es legal, la pérdida de nuestros derechos es legal, y no se puede hacer nada, salvo esperar al próximo gobierno que seguramente hará lo mismo.A
lgo no funciona, algo no nos han dicho cuando nos leyeron nuestros derechos mientras nos arrojaban al pozo de la marginación.
Lo que nos dijeron es que todo ser humano, viva en dictadura o viva en democracia, cuando es despojado del derecho al trabajo, del derecho a la salud, del derecho a la educación y a una vivienda digna, cuando se ha quedado sin ninguno de estos derechos, aún le queda el último derecho que no le podrán quitar.

El derecho a la Rebelión.

Una rebelión sin violencia, una rebelión organizada y con inteligencia, una rebelión donde la fuerza está en el espíritu de los que luchan por una causa justa. Una rebelión que utilice las metodologías de lucha de la no-violencia activa para cambiar el rumbo de las cosas. Y cambiar el rumbo significa empezar a luchar contra el poder real, que es el poder económico.

La violacion de los derechos humanos en democracia

Desde luego que son muchos los casos en los que en plena democracia se violan derechos fundamentales a través del encarcelamiento, la tortura y la muerte. Pero no nos referimos a esos derechos que se violan clandestinamente, ya que una democracia jamás aceptaría que semejante realidad se difunda porque sería incompatible con el sistema y su imagen pública. Hablaremos de aquellos otros derechos humanos que a pesar de formar parte de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, pocas veces son considerados como tales: el derecho a la salud, a la educación, al trabajo, a una vivienda digna. Estos derechos que continuamente son negados y violados con total desparpajo dentro del marco de la legalidad.
Si le preguntáramos a alguien si un gobierno elegido democráticamente, puede violar los derechos humanos, la respuesta inmediata sería que no, pero a veces esos límites no están tan claros, como no lo están los derechos.
Por ejemplo, si en un país donde existen odios raciales ganara las elecciones democráticas un partido que representa a una de las razas y en su plataforma propone reimplantar la esclavitud para la raza perdedora, es para todos evidente que semejante propuesta no puede ser legitimada por el simple hecho de tener el aval del voto mayoritario. Si el partido gobernante insistiera en convertir en ley la reinstauración de la esclavitud, dicha norma sería legal pero no sería legítima porque viola el derecho a la libertad de las personas, y en ese caso los ciudadanos que se ven perjudicados por dicha ley tienen todo el derecho a rebelarse contra su implementación.
Este ejemplo sobre la violación de un derecho humano que hoy nos resulta tan evidente, no resultaba tan evidente hace escasos dos siglos, para una humanidad que había considerado a la esclavitud como una institución legítima durante miles de años. Hoy la visión retrospectiva convierte en imprescindibles usos y costumbres que en otra época, no tan remota, eran lo dado, lo normal, lo aceptado.
¿Cuántas cosas que hoy aceptamos como lo normal, les resultarán incomprensibles a nuestros nietos?
¿Acaso la aceptación de que la convivencia entre la opulencia de unos pocos y la miseria de muchos es lo correcto porque así lo establecen las reglas del capitalismo?
¿Acaso la aceptación de la fatalidad de que haya niños que mueren por causas previsibles, mientras políticos faranduleros llenan las tapas de las revistas de moda?
¿Acaso la contradicción de una democracia formal mediante la cuál el pueblo elige para gobernar a quienes al minuto siguiente detesta?
¡Cuántas cosas que hoy nos pasan y que vemos como fatalidades algún día se verán como lo que son: violaciones de derechos disfrazadas de “usos y costumbres aceptados”!
Porque si hoy alguien golpeara en nuestra casa y nos comunicara que somos esclavos e intentara encadenarnos, seguramente nos rebelaríamos con todas nuestras fuerzas y recibiríamos la ayuda de nuestros vecinos y amigos ante semejante atentado; y si alguien nos pretendiera obligar a casarnos con quien no queremos o a votar por quien no deseamos, seguramente también nos rebelaríamos.
¿Por qué entonces no nos rebelamos cuando no se nos trabajar para mantener a nuestra familia, o cuando no tenemos una casa donde vivir o cuando estamos enfermos y no tenemos atención adecuada?
¿Por qué creemos que estamos pidiendo un favor cuando reclamamos por algunos de nuestros derechos humanos, y hasta creemos que estamos cometiendo un delito si reclamamos fuera de los cánones que nos impone una ley redactada por quienes violan nuestros derechos?
¿Será que nos falta esclarecimiento acerca de cuáles son nuestros derechos?
¿Será que lo que es aceptado por la mayoría nos hace sentir impotentes para reclamar lo que creemos genuino?
¿Será que no logramos establecer la relación que existe entre las acciones del poder establecido y nuestros sufrimientos sociales, y no sabemos quién es el culpable?
¿Será que no hay culpables, o que todos somos un poco responsables por acción u omisión?Tal vez una mezcla de todas estas cosas.
Pero, ¿cuál será el punto de inflexión, cuál será el momento en que lo aceptado y lo dado ya no se vea como tal, sino como la violencia de un derecho y entonces comience la rebelión?
Tal vez cuando haya una conciencia generalizada acerca de cuáles son nuestros derechos.
Tal vez cuando sepamos contra qué hay que luchar.
Tal vez cuando sepamos que la lucha tiene posibilidades de llegar a buen término.
Tal vez una mezcla de todas estas cosas, o tal vez simplemente cuando resolvamos que queremos vivir y en condiciones dignas.

La burocratización en la violación de los derechos humanos.

Si habitamos una casa y alguien nos despoja de ella, nos resultaría evidente que ese alguien está violando nuestro derecho. Si un gobierno estableciera por ley que determinado sector de la población no tiene derecho a comer, resultaría muy clara la violación de un derecho. Lo mismo ocurriría si nos despojaran por decreto del derecho a la salud o a la educación.
Sin embargo en este mundo complejo y globalizado, donde la toma de decisiones nace en círculos de poder que ya no tienen identidad ni asiento geográfico visible, y esas decisiones se transmiten por una maraña de circuitos por donde circula la presión económica, el poder político y el manejo de la opinión pública. En esa compleja interacción de factores muchas veces se violan nuestros derechos sin que sepamos muy bien de donde viene el latigazo ni quién es el responsable si es que lo hay, y entonces nos encontramos con que fuimos despojados del derecho a una vivienda digna, del derecho al trabajo, a la salud y a la educación, como quien es víctima de una inundación o un terremoto o algún otro flagelo de la naturaleza, fuera del control de la voluntad humana.
En la época del proceso militar argentino se puso en marcha un siniestro plan para la desaparición de personas; en muchos aspectos este plan era ejecutado por una infernal maquinaria en la que la toma de decisiones e implementación era burocratizada de modo tal que muchos participaban en ella sin sentir que cargaban con la culpa de estar asesinando a una persona porque sólo habían sido un eslabón en la cadena, procedimientos ya utilizados por la maquinaria nazi en el exterminio de judíos. Las culpas se diluyen entre muchos, y entonces nadie se siente (o trata de no sentirse) totalmente responsable.
En una de las famosas novelas de intriga policial de Agatha Christie, un grupo de personas se puso de acuerdo para asesinar a alguien a quien todos odiaban, pero ninguno quería cargar en su conciencia el peso de un homicidio; entonces decidieron darle un somnífero y cuando dormía en su camarote en plena oscuridad, todos alteraron sus relojes y en diferentes momentos le dieron una puñalada cada uno. De ese modo nunca nadie supo quien le había asestado la puñalada mortal ni quien había apuñalado a un cadáver, y todos se sintieron un poquito culpables, pero nadie en su totalidad.
Del mismo modo, el sistema económico y social es una maquinaria de destrucción burocratizada, en la que unos pocos ponen intensión de destruir y violar los derechos de las mayorías, mientras muchos intermediarios son ejecutores parciales. En este sistema individualista del sálvese quien pueda, cualquiera puede justificar su accionar para defender sus propios intereses, aunque con ese accionar perjudique a otro (algo así como la obediencia debida del proceso militar).
Hay quienes toman decisiones financieras en algún lugar del mundo, entonces aumentan las tasas de interés en otro lugar del mundo, entonces una empresa tiene problemas financieros, entonces debe despedir gente para poder subsistir, y mientras tanto un Estado desfinanciado, mitad por obra de los usureros, mitad por obra de los corruptos del gobierno, no tiene dinero para dar un subsidio al desempleado. Entonces el desempleado se explica su situación diciendo que como la economía anda mal él quedó desocupado y como el Estado no tiene recursos él quedó desprotegido, y no hay nadie que pueda hacer nada. Se vive la situación con impotencia y desconcierto, porque no se sabe bien como se origina ni quienes son y donde están los responsables.
Y este ejemplo es muy sencillo, porque en realidad los circuitos de la toma de decisiones son mucho más complejos. En definitiva, lo que intentamos decir es que al burocratizarse la metodología de violación de los derechos humanos, pasa lo siguiente:

· No caemos en cuenta que se están violando nuestros derechos.
· No tenemos claro quienes son los responsables de nuestra situación.
· No tenemos claro quién nos puede resolver los problemas.
· Sentimos que nuestro problema es nuestro, y no de la organización social, y por lo tanto lo debemos resolver aisladamente.

Estos conceptos son muy importantes, porque son el principio de la explicación del porqué mucha gente no se rebela frente a la creciente violación de sus derechos, y quienes intentan hacerlo no logran tener eficacia en su accionar.

La accion directa - accion y reaccion

Si alguien nos atacara en forma directa, nuestra respuesta tiende a ser también directa. Si nos golpean, nos defendemos, o en todo caso huimos si estamos en inferioridad de condiciones. Pero cuando se produce un terremoto: ¿Cuál es la acción directa que podemos efectuar para terminar con el sismo? Ninguna, porque el origen del fenómeno está fuera de nuestro alcance.
Esto es lo que suele pasar con los problemas sociales, sentimos que no tenemos posibilidades de ejercer una acción directa que cambie el rumbo de las cosas. Pero a veces tendemos, casi por reflejo a ejercer alguna acción directa, a veces de modo catártico y hasta violento, pero casi siempre ineficaz.
Si estamos frente a un cajero de un banco y este nos quiere dar un billete falso, nuestra acción directa puede ser un escándalo ante el cuál finalmente se aclare la situación y resolvamos el problema. Pero si estamos frente a un cajero que nos efectúa un descuento no habitual en el pago de nuestro salario, porque tiene orden de la gerencia, y la gerencia a su vez recibió instrucciones de la casa matriz de efectuar ese descuento por resolución del Banco Central quien a su vez responde a una decisión económica tomada por el Ministerio de Hacienda a pedido del Fondo Monetario Internacional, que está presionado por los lobbies bancarios, etc., etc.,. entonces por más que tomemos de la solapa al pobre cajero, no vamos a poder resolver el problema y el descuento se nos hará aunque signifique un atropello; y mejor que soltemos rápido al cajero porque si no además nos meten presos.
Bueno, ese es un ejemplo de la burocratización en la violación de nuestros derechos y la consecuente ineficacia de la acción directa inmediata y aislada.
Podemos gritar e insultar para dejar sentado que no somos unos gallinas que se quedan callados, si, si, si... pero la platita igual se la quedó el banco.
Claro que también podemos presentar un recurso judicial, que nos costará más caro que el descuento que se nos hizo, y demorarán varios meses para finalmente decirnos que tenía razón el banco.

La marginacion

Este sistema social desecha gente y la arroja hacia la desprotección. Pero este fenómeno es muy diferente al fenómeno de la explotación capitalista salvaje que predominó entre fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX; en esa época se explotaba a la gente que trabajaba y entonces las organizaciones sindicales lucharon por sus reivindicaciones, por los derechos de los trabajadores, utilizando el instrumento de la huelga ya que de ese modo, paralizando las fábricas, tenían un elemento de presión sobre el capitalismo.
Hoy en día, independientemente de que continúe la explotación de los trabajadores en muchos lugares, el mayor problema es el de la creciente desocupación. El desocupado queda marginado del sistema y no tiene modo de ejercer presión al capital con el que ha perdido todo vínculo.
Como veremos más adelante, la lucha contra la marginación debe tener características muy diferentes a la vieja lucha de clases, incluyendo metodologías distintas.
La marginación social es funcional al capitalismo liberal, por lo tanto no figuran dentro de las aspiraciones del sistema ni el pleno empleo, ni la mejora en las condiciones de vida de la gente.
Numerosas empresas, entre ellas las multinacionales, tienen una política parecida con respecto a su personal, algo que podríamos definir como: ¡El que sale último queda fuera del juego!
Hay empresas que utilizan la táctica de despedir todos los años al 10 % de su personal, sistemáticamente sin importar cuán buenas personas sean todos. Desde luego que cada departamento selecciona a su criterio quienes fueron los que menos han rendido en el año, para que figuren entre los despedidos. Esto lleva a que todos compitan durante el año y se esfuercen histéricamente por rendir más que los demás, para no estar entre los que a fin de año se van. Y, de cualquier modo, el 10 % se irá.
Otras empresas despiden a los vendedores que menos ventas efectuaron en el mes, no importa que hayan sido buenos, si no fueron los mejores igual los despiden. Eso lleva a una feroz competencia en la búsqueda de mejorar el rendimiento, y de todos modos algunos serán despedidos.¡El que sale último, se cae al pozo!
Pero para que la amenaza funcione, tiene que existir un pozo adonde arrojar a los perdedores. Ese pozo es la marginación social, sin ella no hay chantaje posible.
Y seguramente que los aprendices de alcahuetes que aplican estas técnicas en las empresas creerán que están aplicando nuevas tecnologías en la organización de los Recursos Humanos (nombre pomposo para denominar la sofisticación de la nueva esclavitud), pero en realidad lo que están aplicando son las viejas teorías de David Ricardo, quien ya hace dos siglos afirmaba que el obrero debía ganar poco para que deba trabajar muchas horas para subsistir, pero no tan poco como para morirse y dejar de trabajar, y para ello una gran masa de desocupados haciendo fila para reemplazarlo, era el mejor estímulo para que se deje explotar.
Una persona desocupada, sin una vivienda digna, sin sistema de salud ni educación, es un paria, es un marginal, pero además es un “buen ejemplo” para mostrar adonde pueden llegar los que aún están allí si no se portan bien.
El capitalismo competitivo, en el que unos buscan devorarse a otros, necesariamente lleva a la concentración del poder en pocas manos y necesariamente lleva a una sociedad en la que cada vez menos personas están dentro del sistema, mientras el resto queda marginado. Y a su vez, la existencia del pozo de los marginados es el mejor estímulo para que los que aún están dentro del sistema hagan buena letra para ser eficientes y compitan y se saquen los ojos por un puesto, con tal de no caer al pozo; por lo cual irremediablemente un porcentaje de todos modos se caerá al pozo. A esto podemos llamarle un verdadero círculo vicioso.
Con su fuerza centrífuga el sistema arroja gente a la marginalidad y con su fuerza centrípeta hace que los que van quedando dentro traten de aferrarse cada vez más fuertemente.
Si bien esa fuerza, esa presión en ambos sentidos la ejercen quienes concentran el poder económico, necesitan indefectiblemente de una buena parte de la población, la que aún esté dentro del sistema, para que siga girando la rueda de su enriquecimiento sobre las cabezas de los marginados. Es decir que lamentablemente las mismas personas que entran en el juego son ejecutores (involuntarios o no) de los que van quedando fuera.
Veamos otro ejemplo. Un joven con estudios universitarios, sin hijos y con deseos de reunir dinero para viajar, tentado por las propagandas de las agencias de viaje y la TV, sale a buscar trabajo. Simultáneamente, un hombre de 40 años, con 5 hijos, que no terminó la primaria, también sale a buscar el mismo trabajo. Es más probable que la competencia la gane el joven, aunque tenga menos necesidades que el padre de una familia. Posiblemente nunca se conozcan, y a nadie se le ocurriría pensar que la marginalidad del padre de familia que no puede darle alimento a sus hijos es culpa de este joven. Tampoco se podría culpar a quien selecciona el personal, a quien le dan pautas para que seleccione por edad y nivel de estudio, tampoco a la empresa que para poder competir en el mercado debe maximizar el rendimiento al menor costo. Podríamos entonces culpar al mercado, pero ¿Quién es, dónde está? ¿No es nadie, somos todos?
¿Estaremos frente a la burocratización de la violación de los derechos humanos, donde todos son ejecutores de una parte del acto como en el cuento de Agatha Christie?

El papel del estado

Se podría pensar que la Democracia por sí sola, tal cual está, debería ser la mejor solución para el problema de la marginación, ya que si los marginados van siendo mayoría, bastará con que voten a un gobierno que los defienda, ya sea modificando el sistema económico que los margina, o ya sea creando subsidios y redes de contención dignas para los que quedan fuera del sistema.
Este concepto tiene por lo menos dos grandes fallas. Por una parte, ¿Qué pasa si los marginados aún son un porcentaje menor que los que permanecen en el sistema, y a estos últimos no les importa la suerte de los primeros, y por lo tanto votan a quien les mantenga su status?
Por otra parte, es evidente que hoy las democracias no son reales sino formales, porque a través de los medios de difusión financiados por el poder económico, se potencias siempre a unas pocas opciones electorales que representan al mismo sistema, aunque tengan un discurso progresista para captar los votos. Los ejemplos abundan de aquellos políticos que en su campaña prometen trabajo, techo, salud y educación para todos, y cuando están en el poder defienden a las multinacionales y a los bancos.
No obstante, está claro que la democracia de todos modos ofrece la posibilidad de generar alternativas electorales reales por donde los marginados puedan ir canalizando su divergencia con el sistema que los deja fuera. Pero estas alternativas, si efectivamente buscan cambiar el sistema, es decir si son genuinas, no contarán con el respaldo económico de los poderes a los que buscan combatir por razones obvias, y por lo tanto carecerán del aparato publicitario o inclusive lo tendrán en contra; esto hará que el crecimiento de tales alternativas políticas sea más lento. Esta lentitud, si bien no invalida la vía democrática, no se corresponde con el nivel de urgencia de algunas franjas de la población, las que pueden incluir dentro de su nihilismo político a todo el espectro político: a los políticos tradicionales porque los traicionan y a los alternativos porque avanzan muy lentamente. Esta encerrona hace que la gente busque salidas rápidas que de todos modos no conducen a nada pero le dejan la sensación de que algo se está haciendo. La respuesta catártica y violenta del estallido de un conflicto social, es una señal de impotencia.
Los pueblos viven una encerrona: el sistema económico los margina, el Estado no los protege y falsos líderes los traicionan.
Pero ojalá eso fuera todo, porque en los últimos años se agregó el fenómeno de la globalización, mediante el cuál los estados han pasado a ser rehenes de la banca internacional, por lo que muchas decisiones que afectan a la gente ya ni siquiera dependen de la voluntad política de sus gobernantes, que sólo son gerentes del verdadero poder.

El estado y la globalizacion

Hay quienes creen que efectuar críticas contra la globalización significa estar en contra del progreso; nada más alejado de la realidad. Una cosa es el fenómeno de la mundialización, en el que las comunicaciones y el intercambio cultural van haciendo que el mundo sea uno, más allá de las fronteras, lo cuál está muy bien y ojalá pronto el mundo sea una Gran Nación Humana Universal. Pero otra cosa muy distinta es lo que está pasando porque el poder económico utiliza el progreso y las comunicaciones para seguir concentrando riqueza y empobreciendo a los pueblos.
El poder económico concentrado, y sobre todo el poder financiero, la banca internacional se han montado sobre el proceso de globalización para manejarlo a su antojo y sacar provecho. El endeudamiento de los estados, las recetas económicas de los organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario y el Banco Mundial, las inversiones de las Naciones Unidas y USA en los asuntos internos de todos los países, las presiones de la Organización Mundial de Comercio para la apertura arbitraria de las fronteras comerciales, son sólo algunos de los ejemplos.
Hoy los capitales van y vienen libremente de un país a otro disciplinando las economías nacionales a su voluntad y pueden “secar” un país en un abrir y cerrar de ojos para luego ponerlo de rodillas y obligarlo a entregar su patrimonio a cambio del crédito usurero.
Esa libertad tienen los capitales financieros. Sin embargo las poblaciones no tienen la misma libertad para migrar desde su país en busca de trabajo hacia otras naciones. Las personas no gozan de la libertad de circular libremente por el mundo. Los países del denominado primer mundo, hacia donde tienden a migrar los marginados de los denominados “países en vías de desarrollo”, ponen serias limitaciones a la inmigración.
Ellos quieren la globalización que los enriquece pero no quieren que la pobreza que generan se les acerque. Los países del primer mundo tienden a ser como esos barrios privados denominados “countrys”, donde los pobres no pueden entrar porque un guardia de seguridad los detiene.
Desde luego que también dentro de los países del denominado primer mundo hay marginados, pero en general las fuerzas imperiales tratan de tener “tranquila su casa”, mientras les otorgan patente de pirata a las multinacionales para que saqueen a los pueblos de los países del resto del mundo.
Entonces a medida que la marginación avanza la gente trata de emigrar hacia los países ricos buscando oportunidades laborales, aunque sólo un bajo porcentaje logra concretarlo. Los pobres de todo el mundo tienen un problema similar a parte del pueblo cubano, a éstos no los dejan emigrar de su país y a los otros no los quieren recibir en ningún lado; conclusión ninguno tiene libertad para circular por el mundo. Entonces tenemos países enteros donde las poblaciones se mueren de hambre o apenas sobreviven en condiciones infrahumanas, y no pueden salir de allí porque nadie quiere recibirlos. Son como gigantescos campos de concentración a donde a veces llegan algunos alimentos o alguna ONG del sistema haciendo su negocio. Y desde ya que de todos modos muchos logran emigrar ilegalmente o aprovechando algún artilugio legal, pero el porcentaje es mucho menor al de los que emigrarían si la circulación de las personas fuese libre por todo el mundo, como libre es la circulación de capitales.
¿Qué pasaría si los miles de millones de pobres de Asia, África, Latinoamérica y Europa del Este pudieran emigrar libremente a Europa Occidental o a USA? Les colapsaría el sistema por los cuatro costados.
La globalización como está planteada es funcional al imperialismo, ya que mientras recibe los beneficios económicos succionando recursos con la libre circulación del capital financiero y las multinacionales, evita tener que hacerse cargo de la pobreza que genera gracias a las restricciones en la circulación de las personas.
Desde luego que para globalizar bajo esas condiciones se necesita que los gobernantes de los países sean obedientes al poder mundial, ya sea por complicidad o por chantaje o una combinación de ambas cosas. Y así las cosas los gobernantes siempre tienen la excusa de que no se pueden hacer determinadas cosas porque las presiones externas de un mundo complejo y globalizado no se lo permiten.
En el caso de Argentina, si al ingreso nacional se lo dividiera en partes iguales por cada familia, alcanzaría la cifra de 3.000 dólares mensuales para cada una, por lo tanto no debería haber un solo pobre. El problema es que para redistribuir los ingresos habría que afectar intereses, por ejemplo los de las empresas privatizadas, los grupos empresarios locales, las multinacionales y los bancos, y lógicamente que esos poderes son los que controlan a los gobiernos y no permitirían semejante afrenta. Sería una “violación a sus derechos usureros”, en nombre de una cosa tan “secundaria” como los derechos humanos del pueblo.
Y desde luego que si a algún funcionario distraído se le ocurriera pensar en tocar levemente sus intereses, tronará el escarmiento con la suba del riesgo país, la caída de las bolsas, la salida de capitales y otros chantajes que hacen volver en razón al díscolo funcionario.
Es por eso que muchas luchas sociales dirigidas a presionar a los gobiernos para obtener reivindicaciones chocan con la muralla del “o se puede” de los gobernantes, y en cierta manera dicen la verdad: ellos, no pueden.
-¡Los gobernantes somos sólo los gerentes, usted debe hablar con el dueño!-, parecen decirnos a modo de excusa.
-¿Y el dueño donde está?-, preguntamos nosotros. -¡No sabemos muy bien, pero en otro país seguro, y cada vez que no hacemos lo que dicen se viene una tormenta!-, responden.
Pareciera que estamos atrapados y sin salida